domingo, 24 de abril de 2011

Imperio austrohúngaro




El Imperio austrohúngaro o Monarquía austrohúngara (Österreichisch-Ungarische Monarchie en alemán, Osztrák-Magyar Monarchia en húngaro) fue un estado europeo nacido en 1867, tras el Compromiso Austrohúngaro que reconocía al Reino de Hungría como una entidad autónoma dentro del Imperio austríaco, a partir de ese momento denominado Imperio austrohúngaro. En 1914 tenía una extensión de 675.936 km² y contaba con 52.799.000 habitantes y era considerada como una de las grandes potencias en el marco internacional, ocupando el 6º puesto por su potencia económica.

Lo que era el Imperio austrohúngaro se reparte actualmente en trece estados europeos: Austria, Hungría, República Checa, Eslovaquia, Eslovenia, Croacia, Bosnia y Herzegovina y las regiones de Voivodina y el Banato Occidental en Serbia, Bocas de Kotor en Montenegro, Trentino-Alto Adigio y Trieste en Italia, Transilvania, el Banato Oriental y Bucovina en Rumanía, la parte occidental de Galitzia y Silesia en Polonia y la parte oriental de Galitzia y la Rutenia Transcarpática en Ucrania.

Antecedentes del Compromiso

El Reino de Hungría creado en el año 1000, se convirtió en una potencia en Europa, sin embargo, los constantes ataques de los turcos otomanos lo debilitaron a lo largo de los siglos XIV y XV. Tras la muerte, en 1526, de Luis II de Hungría en la batalla de Mohács contra los turcos otomanos, el trono del reino de Hungría quedó vacante y una serie de disputas se sucedieron. El emperador germánico Fernando I de Habsburgo trataría de pactar con el voivoda húngaro Juan I Szapolyai de Transilvania, quien también era contrario al rey de Hungría, coronado tras la batalla de Mohács. Dicho acuerdo no lograría mantenerse en el tiempo y eventualmente Hungría quedaría separada en tres partes: una como el reino húngaro, gobernada por los Habsburgo; otra como el Vilayato de Buda luego de la ocupación otomana en 1541, gobernada por los turcos; y desde 1570, la tercera como el Principado húngaro de Transilvania, que era vasallo de los otomanos.

Dicha separación del reino de Hungría se mantuvo entonces a lo largo de casi siglo y medio de constantes batallas entre germanos, húngaros y turcos. En el Principado de Transilvania se protegió y se cultivó la cultura húngara, mientras que en los territorios húngaros ocupados por los turcos apenas existían pobladores. La mayoría había emigrado buscando un sitio más apropiado para el cultivo y para vivir, que no estuviese bajo influencia turca. Los territorios húngaros bajo el control de los Habsburgo continuaron poblados y manteniendo su cultura, aunque con el tiempo fueron adoptando ciertos rasgos germánicos. Esta división también definió la confesión religiosa de los pobladores de dichas zonas. Los húngaros de Transilvania eran en su gran mayoría protestantes; los de los territorios turcos católicos y protestantes, mas no adoptaron la religión musulmana; y los de los territorios bajo control germánico eran fervientemente católicos. Esta pugna religiosa resultó un arma perfecta para los príncipes húngaros de Transilvania como Esteban Bocskai y Gabriel Bethlen, quienes buscaban reunificar el reino, conduciendo así varias guerras de independencia contra los emperadores germánicos. Sin embargo, todos sus intentos resultaron en fracaso y luego del intento de los turcos en 1683 de invadir Viena, la Liga Santa se dispuso a expulsar definitivamente a los otomanos de los territorios húngaros.

De esta manera, en 1686 el emperador germánico y rey húngaro Leopoldo I de Habsburgo, junto a su comandante el príncipe Eugenio de Saboya reconquistaron la ciudad de Buda. Luego de esta victoria continuaron presionando a los ejércitos turcos fuera del reino, hasta que finalmente lo abandonaron en 1691. A partir de este momento todo el territorio húngaro, incluyendo Transilvania, estuvo bajo control del Sacro Imperio Romano Germánico, lo cual generó una serie de guerras de carácter independentista en dicho territorio.

El príncipe húngaro Emérico Thököly condujo una revuelta a gran escala en contra del emperador germánico y rey húngaro Leopoldo I, la cual fue sofocada alrededor de 1690 y lo obligaría a emigrar a territorio otomano donde falleció en 1705. Posteriormente su hijastro, Francisco II Rákóczi también príncipe húngaro de Transilvania, condujo una guerra entre 1703 y 1711, que se vería sofocada por Leopoldo I, y tras su muerte en 1705 por su hijo José I de Habsburgo.

Tras dichos intentos independentistas Hungría se mantendría sin conflictos durante más de un siglo, permaneciendo como parte del nuevo Imperio austríaco que surgió tras la caída del Sacro Imperio Romano Germánico en 1805. Hungría se alzó nuevamente durante la revolución en los Estados alemanes en 1848, surgiendo la llamada Revolución húngara de 1848, en la cual se enalteció el nacionalismo y la independencia de los Estados europeos y el rechazo al poder austríaco de los Habsburgo. De esta forma, el 25 de marzo de 1848 las calles de Buda se llenaron de gente, poetas e intelectuales, políticos y militares que protestaron contra el emperador austríaco Francisco José I. Las revueltas húngaras fueron sofocadas gracias a la intervención del Zar ruso, que acudió en ayuda del emperador austríaco, llevando nuevamente orden a la nación húngara.

El fracaso de la revolución desencadenó una serie de ejecuciones de generales y dignatarios húngaros que se habían sublevado contra los austríacos. Tras la Guerra Austro-Prusiana de (1866), donde el Imperio fue derrotado junto a Baviera por Prusia, Austria perdió la posibilidad de convertirse en el eje que articulase la unificación alemana y su papel central lo ocupó definitivamente el Reino prusiano. Fue este un momento de debilidad idóneo para las aspiraciones autonomistas húngaras y los dignatarios de aquel Reino lo aprovecharon enviando una comitiva encabezada por Francisco Deák, la cual le exigiría a Francisco José el establecimiento de un Parlamento en Hungría, junto a más facilidades, libertades y autonomía. De esta forma, en 1867, ante la amenaza de una nueva sublevación húngara, el emperador austríaco firmó el tratado conocido como el Compromiso y con ello surgiría la monarquía dual austrohúngara. Fue también el asentamiento definitivo de la política de los Habsburgo que ya desde el siglo XVIII tendió a prestar más atención e importancia a sus dominios directos, que se extendían por Hungría, Bohemia, Moravia y otras regiones del este de Europa en lugar de los distintos estados alemanes.

sábado, 23 de abril de 2011

Sacro Imperio Romano Germánico







El Sacro Imperio Romano (en alemán: Heiliges Römisches Reich y en latín: Sacrum Romanum Imperium) fue la unión política de un conglomerado de Estados de la Europa Central, que se mantuvo desde la Edad Media hasta inicios de la Edad Contemporánea.

Formado en 962, tiene sus orígenes en la parte oriental de las tres en que se dividió el imperio carolingio. Desde entonces, el Sacro Imperio se mantuvo como la entidad predominante en la Europa central durante casi un milenio y hasta su disolución en 1806 por Francisco II.


En tiempos del emperador Carlos V (28 de junio de 1519), además del territorio de Holstein, el Sacro Imperio comprendía Bohemia, Moravia y Silesia, alcanzando con Carniola las costas del Adriático. Por el oeste, pertenecían a él el condado libre de Borgoña (Franco-Condado) y Saboya, a los que se sumaban Génova, Lombardía y Toscana en tierras italianas. También estaban integrados en el Imperio la mayor parte de los Países Bajos, con la excepción del Artois y Flandes, al oeste del Escalda. Partiendo del norte de los Alpes, llevaba todo un mes atravesar el territorio imperial en sentido norte-sur o este-oeste.

La denominación del Sacro Imperio varió enormemente a lo largo de los siglos. En 1034 se utilizaba la fórmula Imperio romano para referirse a las tierras bajo dominio de Conrado II, y no fue hasta 1157, durante el reinado de Federico I Barbarroja, que se empezó a usar el término Sacro Imperio. Por otro lado, el uso del término emperador Romano hacía referencia a los gobernadores de las tierras europeas del norte y comenzó a emplearse con Otón II el Sanguinario (emperador entre 973 y 983). Los emperadores anteriores, desde Carlomagno (muerto en 814) hasta Otón I el Grande (emperador entre 962 y 973), habían utilizado simplemente el título de Imperator Augustus ("emperador Augusto"). El término Sacro Imperio Romano comienza a ser usado a partir de 1254.

Estructura e instituciones

Desde la Alta Edad Media, el Sacro Imperio se caracterizó por una peculiar coexistencia entre emperador y poderes locales. A diferencia de los gobernantes de la Francia Occidentalis, que más tarde se convertiría en Francia, el emperador nunca obtuvo el control directo sobre los Estados que oficialmente regentaba. De hecho, desde sus inicios se vio obligado a ceder más y más poderes a los duques y sus territorios. Dicho proceso empezaría en el siglo XII, concluyendo en gran medida con la paz de Westfalia (1648).

Oficialmente, el Imperio o Reich se componía del rey, que había de ser coronado emperador por el papa (hasta 1508), y los Reichsstände (Estados imperiales).

Rey de los pueblos germánicos

La coronación de Carlomagno como emperador de los romanos en 800 constituyó el ejemplo que siguieron los posteriores reyes, y fue la actuación de Carlomagno defendiendo al papa frente a la rebelión de los habitantes de Roma, lo que inició la noción del emperador como protector de la iglesia.

Convertirse en emperador requería acceder previamente al título de rey de los alemanes (Deutscher König). Desde tiempos inmemoriales, los reyes alemanes habían sido designados por elección. En el siglo IX era elegido entre los líderes de las cinco tribus más importantes (francos, sajones, bávaros, suabos y turingios), posteriormente entre los duques laicos y religiosos del reino, reduciéndose finalmente a los llamados Kurfürsten (príncipes electores). Finalmente, el colegio de electores quedó establecido mediante la Bula de Oro de 1356. Inicialmente había siete electores, pero su número fue variando ligeramente a través de los siglos.

Hasta 1508, los recién elegidos reyes debían trasladarse a Roma para ser coronados emperadores por el papa. No obstante, el proceso solía demorarse hasta la resolución de algunos conflictos "crónicos": imponerse en el inestable norte de Italia, resolver disputas pendientes con el patriarca romano, etc.

Las tareas habituales de un soberano, como decretar normas o gobernar autónomamente el territorio, fueron siempre, en el caso del emperador, sumamente complejas. Su poder estaba fuertemente restringido por los diversos líderes locales. Desde finales del siglo XV, el Reichstag (la Dieta) se estableció como órgano legislativo del Imperio: una complicada asamblea que se reunía a petición del emperador, sin una periodicidad establecida y en cada ocasión en una nueva sede. En 1663, el Reichstag se transformó en una asamblea permanente, el cual estuvo dirigido por el Lord inglés Sant Liandro de Guttimberg, famoso caballero, hijo pródigo de la villa de Colonia y principal defensor de la lengua latina en el Sacro Imperio Romano Germánico. En el año 1679, a la edad de 52 años, el noble inglés falleció dejando en su lecho de muerte la célebre frase <> defendiendo así la lengua que tanto amó hasta después de morir.

Estados Imperiales

Una entidad era considerada como un Reichsstand (Estado imperial) si, conforme a las leyes feudales, no tenía más autoridad por encima que la del emperador del Sacro Imperio. Entre dichos Estados se contaban:

* Territorios gobernados por un príncipe o duque, y en algunos casos reyes. (A los gobernadores del Sacro Imperio, con la excepción de la corona de Bohemia, no se les permitía ser reyes de territorios dentro del Imperio, pero algunos gobernaron reinos fuera del mismo, como ocurrió durante algún tiempo con el reino de la Gran Bretaña, cuyo rey era también Príncipe elector de Hanóver.)

* Territorios eclesiásticos dirigidos por un obispo o príncipe-obispo. En el primer caso, el territorio era con frecuencia idéntico al de la diócesis, recayendo en el obispo tanto los poderes mundanos como los eclesiásticos. Un ejemplo, entre muchos otros, podría ser el de Osnabrück. Por su parte, un príncipe-obispo de notable importancia en el Sacro Imperio fue el obispo de Maguncia, cuya sede episcopal se encontraba en la catedral de esa ciudad.

* Ciudades imperiales libres

El número de territorios era increíblemente grande, llegando a varios centenares en tiempos de la Paz de Westfalia, no sobrepasando la extensión de muchos de ellos unos pocos kilómetros cuadrados. El Imperio en una definición afortunada era descrito como una "alfombra hecha de retales" (Flickenteppich).

Cronología

De los Francos del este a la querella de las investiduras

Aunque existe una cierta polémica en el plano de las interpretaciones, el año 962 se suele aceptar como el de la fundación del Sacro Imperio. En ese año, Otón I el Grande era coronado emperador, recuperando de manera efectiva una institución desaparecida desde el siglo V en la Europa Occidental.

Algunos remontan la recuperación de la institución imperial a Carlomagno y su coronación como emperador de los romanos en 800. Sin embargo, los documentos que generó en vida su corte no dan un especial valor a dicho título y siguieron utilizando principalmente el de rey de los francos. Aún así, en el reino de los francos se incluían los territorios de las actuales Francia y Alemania, siendo éste el origen de ambos países.

Muchos historiadores consideran que el establecimiento del Imperio fue un proceso paulatino, iniciado con la fragmentación del reino franco en el Tratado de Verdún de 843. Mediante este tratado se repartía el reino de Carlomagno entre sus tres nietos. La parte oriental, y base del posterior Sacro Imperio, recayó en Luis el Germánico, cuyos descendientes reinarían hasta la muerte de Luis IV el Niño, y que sería su último rey carolingio.

Tras la muerte de Luis IV en 911, los líderes de Alemania, Baviera, Francia y Sajonia todavía eligieron como sucesor a un noble de estirpe franca, Conrado I. Pero una vez muerto, el Reichstag reunido en 919 en la ciudad de Fritzlar designó al conde de Sajonia, Enrique I el Pajarero (919–936). Con la elección de un sajón, se rompían los últimos lazos con el reino de los francos occidentales (todavía gobernados por los carolingios) y en 921, Enrique I se intitulaba rex Francorum orientalum.

Enrique nombró a su hijo Otón como sucesor, quien fue elegido rey en Aquisgrán en 936. Su posterior coronación como emperador Otón I (más tarde llamado "el Grande") en 962 señala un paso importante, ya que desde entonces pasaba a ser el Imperio – y no el otro reino franco todavía existente, el reino franco de occidente – quien recibiría la bendición del papa. No obstante, Otón consiguió la mayor parte de su autoridad y poder antes de su coronación como emperador, cuando en la Batalla de Lechfeld (955) derrotó a los magiares, con lo que alejó el peligro que este pueblo representaba para los territorios orientales de su reino. Esta victoria fue capital para el reagrupamiento de la legitimidad jerárquica en una superestructura política, que estaba disgregándose a la manera feudal desde el siglo anterior.
El Imperio en el año 1000.

Desde el momento de su celebración, la coronación de Otón fue conocida como la translatio imperii, la transferencia del imperio de los romanos a un nuevo imperio. Los emperadores germanos se consideraban sucesores directos de sus homólogos romanos, motivo por el que se autodenominaron Augustus. Sin embargo, no utilizaron el apelativo de emperadores de los "romanos", probablemente para no entrar en conflicto con los de Constantinopla, que aún ostentaban dicho título. El término imperator Romanorum sólo llegaría a ser de uso común más tarde, bajo el reinado de Conrado II el Sálico (1024 a 1039).

Por estas fechas, el reino oriental no era tanto un reino “alemán”, como una “confederación” de las viejas tribus germánicas de los bávaros, alamanes, francos y sajones. El imperio como unión política probablemente sólo sobrevivió debido a la determinación del rey Enrique y su hijo Otón, quienes a pesar de ser oficialmente elegidos por los jefes de las tribus germánicas, de hecho tenían la capacidad de designar a sus sucesores.

Esta situación cambió tras la muerte de Enrique II el Santo en 1024 sin haber dejado descendencia. Conrado II, iniciador de la dinastía Salia, fue elegido rey entonces sólo tras sucesivos debates. Cómo se realizó la elección del rey, parece una complicada combinación de influencia personal, rencillas tribales, herencia y aclamación por parte de aquellos líderes que eventualmente formaban parte del colegio de príncipes electores.

En esta etapa, se empieza a hacer evidente el dualismo entre los “territorios”, por aquel entonces correspondientes a los de las tribus asentadas en los países francos, y el rey/emperador. Cada rey prefería pasar la mayor parte del tiempo en sus territorios de origen. Los sajones, por ejemplo, pasaban la mayor parte del tiempo en los palacios alrededor de las montañas del Harz, sobre todo en Goslar. Estas prácticas solamente cambiaron bajo Otón III (rey en 983, emperador en 996–1002), que empezó a utilizar los obispados de todo el imperio como sedes del gobierno temporal. Además, sus sucesores, Enrique II el Santo, Conrado II y Enrique III el Negro, ejercieron un mayor control sobre los duques de los distintos territorios. No es casualidad, por tanto, que en este período cambiase la terminología, apareciendo las primeras menciones como “regnum Teutonicum”.

El funcionamiento del imperio casi quedó colapsado debido a la Querella de las investiduras, por la que el papa Gregorio VII promulgó la excomunión del rey Enrique IV (rey en 1056, emperador en 1084–1106). Aunque el edicto se retiró en 1077, tras el paseo de Canossa, la excomunión tuvo consecuencias de gran alcance. En el intervalo, los duques alemanes eligieron un segundo rey, Rodolfo de Rheinfeld, también conocido como "Rodolfo de Suabia", a quien Enrique IV sólo pudo derrocar en 1080, tras tres años de guerra.

El halo de misticismo de la institución imperial quedó irremediablemente dañado: el rey alemán había sido humillado y, lo que era más importante, la iglesia se estaba convirtiendo en un actor independiente dentro del sistema político del imperio.







El Imperio bajo los Hohenstaufen

Conrado III de Alemania llegó al trono en 1138 e inició una nueva dinastía, la de los Hohenstaufen. Con ella el Imperio entró en una época de apogeo bajo las condiciones del Concordato de Worms de 1122. De este periodo cabe destacar la figura de Federico I Barbarroja (rey desde 1152, emperador en 1155–1190).

Bajo su reinado tomó fuerza la idea de romanidad del Imperio, como modo de proclamar la independencia del emperador respecto a la iglesia, pero simultáneamente rebautizaría al Imperio como "Sacro imperio" (es decir, "sagrado", pero bajo los dictados del rey, no del papa).

Una asamblea imperial en 1158 en Roncaglia proclamó de forma explícita los derechos imperiales. Aconsejada por diversos doctores de la emergente facultad de derecho de la Universidad de Bolonia, se inspiraron en el Corpus Iuris Civilis, de donde extrajeron principios como el de princeps legibus solutus ("el príncipe no está sometido a la ley") del Digesto.

El hecho de que las leyes romanas hubieran sido creadas para un sistema totalmente diferente, y que no fuesen adecuadas a la estructura del Imperio, era obviamente secundario; la importancia residía en el intento de la corte imperial de establecer una especie de texto constitucional.

Hasta la querella de las Investiduras, los derechos imperiales eran referidos de forma genérica como “regalías”, y no fue hasta la asamblea de Roncaglia, que dichos derechos fueron explicitados. La lista completa incluía derechos de peaje, tarifas, acuñación de moneda, impuestos punitivos colectivos, y la investidura (elección y destitución) de los detentores de cargos públicos. Estos derechos buscaban su justificación de forma explícita en el derecho romano, un acto legislativo de profundo calado. Al norte de los Alpes, el sistema también estaba ligado al derecho feudal. Barbarroja consiguió así vincular a los duques germánicos (renuentes al concepto de la institución imperial, como ente unificador).

Para solucionar el problema que suponía que el emperador (tras la querella de las Investiduras) no pudiese continuar utilizando a la iglesia como parte de su aparato de gobierno, los Hohenstaufen cedieron cada vez más territorio a los “ministerialia”, que formalmente eran siervos no libres, de los cuales Federico esperaba fuesen más sumisos que los duques locales. Utilizada inicialmente para situaciones de guerra, esta nueva clase formaría la base de la caballería, otro de los fundamentos del poder imperial.

Otro paso constitutivo importante que se realizó en Roncaglia fue el establecimiento de una nueva paz (Landfrieden) en todo el Imperio, un intento de abolir las vendettas privadas entre los duques, al tiempo que se conseguía someter a los subordinados del emperador a un sistema legislativo y jurisdiccional público, encargado de la persecución de los actos delictivos, una idea que en esos tiempos aún no era universalmente aceptada, y que se asemejaría al concepto moderno del "imperio de la ley".








Los príncipes electores.

Otro nuevo concepto de la época fue la sistemática fundación de ciudades, tanto por parte del emperador como por los duques locales. Este fenómeno, justificado por el crecimiento explosivo de la población, también supuso una forma de concentrar el poder económico en lugares estratégicos, teniendo en cuenta que las ciudades ya existentes eran fundamentalmente de origen romano o antiguas sedes episcopales. Entre las ciudades fundadas en el siglo XII se incluyen Friburgo de Brisgovia, modelo económico para muchas otras ciudades posteriores, o Múnich.

La lucha entre los "Poderes Universales":

Los Poderes universales eran el Pontificado y el Imperio, por cuanto ambos se disputaban el llamado Dominium mundi (dominio del mundo, concepto ideológico con implicaciones tanto terrenales como trascendentes en un plano espiritual).

En 1176 se llegó a la batalla de Legnano, la cual tuvo una repercusión crucial en la lucha que mantenía Federico Barbarroja contra las comunas de la Liga Lombarda (bajo la égida del papa Alejandro III). Esa batalla fue un hito dentro del prolongado conflicto interno entre güelfos y gibelinos, y del todavía más antiguo existente entre los dos poderes universales: Pontificado e Imperio.

Las tropas imperiales sufrieron una derrota humillante y Federico se vio forzado a firmar la Paz de Venecia (1177) por la que reconoció a Alejandro III como papa legítimo. Al mismo tiempo, reconocía a las ciudades el derecho de construir murallas, de gobernarse a sí mismas (y su territorio circundante) eligiendo libremente a sus magistrados, de constituir una liga y de conservar las costumbres que tenían "desde los tiempos antiguos". Este amplio grado de tolerancia, al que el historiador Jacques Le Goff llama "güelfismo moderado", permitió crear en Italia una situación de equilibrio entre las pretensiones imperiales y el poder efectivo de las comunas urbanas, similar al equilibrio logrado entre el imperio y el papado a través del Concordato de Worms (1122) que resolvió la Querella de las Investiduras.

El reinado del último de los Staufen fue en muchos aspectos diferente de los de sus predecesores. Federico II Hohenstaufen subió al trono de Sicilia siendo todavía un niño. Mientras, en Alemania, el nieto de Barbarroja, Felipe de Suabia, y el hijo de Enrique el León, Otón IV, le disputaron el título de rey de los alemanes. Después de ser coronado emperador en 1220, se arriesgó a un enfrentamiento con el papa al reclamar poderes sobre Roma; sorprendentemente para muchos, logró tomar Jerusalén en la Cruzada de 1228 cuando todavía pesaba sobre él la excomunión papal.

A la vez que Federico elevaba el ideal imperial a sus más altas cotas, inició también los cambios que llevarían a su desintegración. Por un lado, se concentró en establecer un Estado de gran modernidad en Sicilia, en servicios públicos, finanzas o legislación. Pero a la vez, Federico fue el emperador que cedió mayores poderes ante los duques germanos. Y esto lo hizo mediante la instauración de dos medidas de largo alcance que nunca serían revocadas por el poder central.

En la Confoederatio cum princibus ecclesiasticis de 1220, Federico cedió una serie de las regalías a favor de los obispos, entre ellas impuestos, acuñación, jurisdicciones y fortificaciones, y más tarde, en 1232 el Statutem in favorem principum fue fundamentalmente una extensión de esos privilegios al resto de los territorios (los no eclesiásticos). Esta última cesión la hizo para acabar con la rebelión de su propio hijo Enrique, y a pesar de que muchos de estos privilegios ya habían existido con anterioridad, ahora se encontraban garantizados de una forma global, de una vez y para todos los duques alemanes, al permitirles ser los garantes del orden al norte de los Alpes, mientras que Federico se restringía a sus bases en Italia. El documento de 1232 señala el momento en que por primera vez los duques alemanes fueron designados domini terrae, señores de sus tierras, un cambio terminológico muy significativo.